Monday, August 07, 2006

... y hace unos días,
- con muchos minutos y eternas horas relámpago-
me animo a habitar en alguien...

Pregunté cómo pudo financiarse un museo como el de la pachamama en un pueblo tan pobre como Amaicha del Valle. Creí en Héctor Cruz por ser un artista descendiente de nativos de los Valles Calchaquíes. El museo, diseñado y construido por él, permite un recorrido por la cultura de las distintas comunidades indígenas que habitaron esa zona del norte argentino. Cuenta con vasijas, ropa, telares, reconstucciones de viviendas, entre otras cosas; pero su particularidad consiste en que todo es réplica realizada por Cruz. Las piedras hacen al museo, lo que las venecitas al parque güell. Uno camina y agradece que alguien invierta el dinero de su arte en fomentar la cultura de nuestras raíces. Le escribí una carta, me comprometí con su causa. Un tiempo después, la tradición oral me hizo saber que ese dinero en realidad provenía de las obras/ restos originales, que el gobierno de tucumán había pactado con Cruz para que éste vendiera a coleccionistas privados las piezas verdaderas. Aquél museo, es esta propaganda de sí mismo.
¿Cuántas veces uno puede marearse? ¿Cuántas vueltas, uno es capaz de resistir?

Se escuchan voces que salen de las piedras. Arguedas describe los cantos de la tradición inka, los traduce para que mi cuerpo blanco pueda bailarlos y comprender la armonía cósmica del mundo quechua. Camino las ruinas de los indios quilmes y escucho que también suenan los cantos inkas en cada piedra que hizo de pared, de refugio, de vivienda. Trepo la montaña y de lejos, diviso el esquema circular de la ciudadela de un pueblo que eligió inmolarse mediante el suicidio en masa y la absoluta abstinencia, para no ser sometido a esa otra cultura estigma de mi piel.