El otro espera ansioso el encuentro; tiene el llavero maestro escondido en el bolsillo y suele jugar a abrir todas las puertas. Ella lo espera escribiendo sin sentidos en una servilleta; él no se excusa, desconoce las agujas ajenas, quizás también las propias. Ella camina por la tierra pero suele volar en cada paso; él vuela para quemarse las manos cuando cree tocar el sol. Él sabe todas las palabras que están escritas en los diccionarios, ella simula pronunciarlas y luego las utiliza para ejercer la presión de la verba de los dragones. Mientras pasan los minutos, los poros del cuerpo de la mujer se expanden, se estiran y se abren
hasta formar agujeros como cráteres en la piel;
PERO ÉL
sabe hacerlos perdurar abiertos,
para sumergirse y penetrarlos
en la caricia siniestra de las luces apagadas,
en una cama metamorfoseada
en una cama metamorfoseada
en mil otros rostros.