Saturday, November 26, 2005
Mientras lavo las espinacas siento el aroma de las algas, si uno acerca la nariz a la hoja y la aprieta muy fuerte, se convierte en caracol porque trae el sonido y el olor del mar. Acerco un poquito más las espinacas a la canilla y veo como todo el agua se tiñe del marrón de la tierra y desborda la pileta. Pienso cómo una planta puede tener tantos nutrientes, pienso en las culturas primitivas danzando para que el dios x les brinde los frutos necesarios de la pacha-mama. Adoro caminar por los pasillos de una verdulería e imaginarme que es un muestrario de colores, que es un tapiz o una pollera gigante de madre. Preparo las comidas con colores y mezclo las frutas con las verduras, los rojos con los verdes y amarillos. Me siento en una silla mientras espero ver mis espinacas arrugarse y vuelve a asecharme la tensión de todos mis días: la niña burguesa que piensa en trabajar y ponerse un departamento en condiciones y la trotamundos que añora tener el papel que le permita la libertad de tomarse el tiempo indeterminado para recorrer nuevos espacios llenos de vidas y sueños nuevos. Partir en el reencuentro con la escritura, con el ser espiritual, con la esencia de mis pies de flores, con un ojo lente que describa lo que veo, lo que siento. Nadie que sea mío me retiene y es el tiempo necesario de hablar nuevamente con la tierra, la urbe y sus vicios me llaman pero allí todavía veo cadenas y mis alas se esconden en algún lugar cubierto de colores, o bien de otras miradas. Sensación y necesidad de partir. Hoy no tengo fotos de mis espinacas.